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Deporte en Edad Adolescente

Después de muchos años de experiencia en el mundo del deporte tanto como deportista como entrenador, uno se da cuenta de que, en muchas ocasiones,  lo estamos proyectando en el sentido equivocado.

Cuando yo estaba en esa edad, la comprendida entre los 14 y los 18 años, practicaba fútbol a nivel alto dentro de la Comunidad de Madrid. El nivel de exigencia era máximo, entrenando tanto o más que un profesional y con un grado de profesionalismo extremo, analizando vídeos a diario, los jugadores de los equipos rivales durante de la semana… en definitiva, cuidando al máximo todo tipo de detalles que nos hacía vivir por y para el fútbol. Como un amante del deporte que soy y que siempre he sido, lo hacía encantado y con una motivación enorme, por no hablar de la ilusión que me hacía que llegara el fin de semana para poder llevar a cabo todo aquello que habías entrenado durante la semana. Durante un tiempo pensé que lo bonito era eso, incluso un paso más. Cuando te “suben” con el primer equipo a realizar entrenamientos, cuando vas a un campeonato de España o juegas una Copa del Rey… mi sueño fue poder llegar a vivir del deporte, siendo deportista de élite. 

Hoy en día, creo que pocos seríamos capaces de darle un significado al término “élite”, puesto que en unos deportes el hecho de ser menor de 30 años ya te califica como élite, en otros directamente puedes elegir tú si lo eres o no al realizar la inscripción al evento, mientras que en otros significa ser deportista profesional.  Está claro que hay casos y casos, deportes y deportes (por desgracia). Mi opinión es que deberían regirse todos de la misma manera, puesto que todos son DEPORTE, pero al depender cada uno de su correspondiente federación, unas más grandes y otras no tanto, cada uno tienes sus propias “leyes”.  

Con dieciocho años y muy “quemado” mentalmente, después de una pretemporada muy dura y viendo que mi cabeza estaba llegando al límite, decidí dejar el fútbol. En consecuencia, el deporte. Cuando te ves en una situación de este tipo, el agotamiento físico y psicológico suele ser tan grande que lo más habitual es pasar de un extremo al otro de golpe. Me imagino que será algo parecido a cuando te jubilas después de treinta años trabajando (en el mejor de los casos) que lo único que te debe apetecer es descansar, tener tiempo para ti mismo y vivir más relajado. Lo preocupante es que esto pase en niños en edad adolescente… 

Está claro que poder llegar a vivir del fútbol desde luego que no es un “chollo” como muchas veces se comenta entre chascarrillos, pero la realidad es que al menos te permite vivir de una manera digna con un nivel de sacrificio alto pero, de una forma u otra, compensado con lo que obtienes a cambio. En otros deportes seguramente no lo sea tanto. Hablamos que luchar por un sueño tiene toda la justificación del mundo, pero no a cualquier precio. Son innumerables los testimonios de deportistas profesionales que una vez han terminado su carrera deportiva padecen depresiones, teniendo que tratarse psicológicamente el resto de su vida, incluso llegando al suicidio en algunos casos.

A pesar de todo, en la mente sigues teniendo la idea de que habría sido bonito poder vivir esa experiencia, ya que eres un apasionado del deporte y porque el cerebro tiene la capacidad de borrar los malos recuerdos muy rápido. Un día, hablando con un amigo íntimo que fue ciclista profesional, le comenté: “…me habría encantado ser deportista profesional”, a lo que él me contestó de manera clara y concisa: “¡no sabes lo que estás diciendo!”. Claro, ver el deporte por la televisión o incluso en directo es impresionante, todos vibramos con los logros de nuestros deportistas preferidos o viendo por la televisión los campeonatos más importantes del mundo, olimpiadas… pero la realidad es otra muy diferente. Un sentimiento que todos los que practicamos algún deporte podemos llegar a tener porque, al fin y al cabo, entrenamos duro teniendo como consecuencia normalmente la mejora de nuestro rendimiento, llegando a la conclusión tan simple como incierta de: “si me dedicara exclusivamente a ello seguramente podría llegar a ser profesional”. ¿No es cierto que a ninguno se nos ocurre pensar que, como se nos da muy bien dibujar, podemos llegar a ser Picasso? Si, alguno lo podrá llegar a serlo, incluso mejor y más reconocido, pero no nos engañemos, si existiera, sería uno. El trabajo de los entrenadores debe ir más allá del puramente deportivo, asesorando,  aconsejando y acompañándolos en sus inquietudes, siendo sinceros con ellos y con nosotros mismos. Todo ello NO está reñido con entrenar duro y bien, por supuesto que no, y quien os diga lo contrario, no está pensando en vosotros sino en él mismo.

Pues bien, a día de hoy es lo que está pasando de manera alarmante y, en esos casos, ¿quién te ayuda? Lejos de ayudarte eres excluido, directamente. Lo típico: “me han dicho que no valgo para esto”. Cada vez hay menos sitio en edad adolescente para los que directamente quieren hacer deporte de manera saludable pero no quieren competir, o sí quieren pero son “malos” fisiológicamente hablando (la gran mayoría). No se nos olvide que para llegar a ser profesional de un deporte no sólo vale con quererlo muy fuerte, o estar muy motivado, hay un factor genético con el que se nace. Claro que se puede mejorar, siempre se puede, lo puedes hacer para superarte a ti mismo, o para conseguir ser el mejor de tus amigos, pero seguramente no para llegar a ser profesional. 

¿Qué edad más crítica verdad? Esa época de tu vida donde tienes que empezar a tomar decisiones que marcarán el resto de tu camino y, por el contrario, no sabes ni lo que quieres en ese mismo momento. Es una fase de desarrollo físico, mental, emocional… y la salida que les damos cada vez va más encaminada a pensar que hay cosas que no tienen solución, que un mal año en el colegio es la mayor de la catástrofes, que si no vas a todos y cada uno de los entrenamientos no irás convocado el fin de semana o te pondrán a entrenar con los menos motivados. O peor aún, te harán menos caso. Seguramente leyendo estas líneas te parezca impresionante que esto pase, pero igual de seguro es que lo ves a diario y, o no te das cuenta, o lo dejas pasar creyendo que es lo “normal” a esa edad. 

Me canso de ver como los que presumimos de ser profesionales del deporte, y tenemos trato con personas a diario, tratamos de implantar nuestra “filosofía” de entrenamiento, que se basa en lo que dicen los libros: la técnica, fisiología, cargas de entrenamiento… pero, ¿nos hemos parado alguna vez a pensar que, ser profesional del deporte quizá debería ser tener la capacidad de llegar a cada persona de manera individual, ya que no hay dos personas iguales? Y en niños (porque ser adolescente sigue siendo ser niño. Grande, pero niño), ¿nos enseñan en algún sitio la psicología necesaria para saber adaptarnos a ellos, comprenderlos, escucharlos…? NO. De teoría del entrenamiento todo lo que quieras, pero cuando hay que “bajar al barro” eso ya que lo hagan sus padres, que para eso son quienes los tienen que educar. Efectivamente, eso no vende, eso no es ser “guay”,  y como entrenador lo que buscamos por encima de todo son los resultados porque claro, si no, no soy buen entrenador. Qué pena esta sociedad tan resultadista, que se deja por el camino el aprendizaje real, el que sirve para el día a día, para la vida. El de crear unos hábitos sanos, una rutina que te permita llevar mejor el resto de los aspectos de tu vida. De la manera más profesional, por supuesto, pero después de analizar cuáles son las necesidades personales de cada persona y sus capacidades.

Mientras tanto, seguiremos viendo cientos de adolescentes que dejan el deporte, pensando que: o entrenan, o estudian. O dejan el deporte porque están aburridos de entrenadores que quisieron llegar a ser algo en su vida y no lo consiguieron, reflejando en ellos esa frustración, pasando directamente al otro extremo, el de vete tú a saber qué cosas en el parque todas las tardes y fines de semana.

Como niño que tuvo la suerte de pasar por mil y un deportes, viviendo la cara más dulce, disfrutando de lo que hacía, conociendo otros niños y compartiendo con ellos momentos buenos y no tan buenos, aprendiendo a ser comprometido con lo que me proponía, disciplina, respeto… y viviendo la cara más amarga, esa en la que eres una isla en medio del océano y sientes que nadie puede o quiere ayudarte, tengo claro que el deporte debería ser para el 99% de las personas una vía de escape, una ayuda, un desahogo… y no una carga más. El otro uno por ciento es su trabajo y no les queda otro remedio.

Al menos, cada uno deberíamos reflexionar de lo que podemos hacer por ellos, dejando de lado nuestros egos, nuestras propias ambiciones como entrenadores y hagamos de una etapa complicada un proceso educativo por encima de resultados absurdos que no llevan a nada más que a tener la estantería llena de trofeos coleccionando polvo. 

 

Autor: Andrés Polledo Pando

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